Durante los forzados paseos por el cimentado patio de mi nuevo módulo en prisión, reflexionaba hoy sobre el motivo que me ha llevado a sentirme vencedor en todo momento, antes, durante y, sin duda, después de mi paso por la cárcel.
A mi alrededor veo altos muros, focos, cámaras, alambradas, guardias uniformados, juntas de tratamiento que investigan y creen saberlo todo sobre uno, juzgados de vigilancia que deciden cuáles serán o no tus beneficios penitenciarios, fiscales del odio que trabajan a sueldo profesionalmente y a tiempo completo para encontrar la manera de fastidiarte la existencia en tu trabajo, tu vida social, o privada, y una docena de gorilas a su servicio que se levantan cada mañana con la misión de criminalizarte en cuanto sacas los pies del tiesto.
Y sin embargo, todo esto me resbala olímpicamente, he sentido en todo momento una profunda paz interior y una seguridad a prueba de cataclismos: de toda esta historia seré el único vencedor.
Porque hagan lo que hagan y acabe como acabe el asunto, seremos nosotros quienes llevamos razón y no ellos.
Lo que no está en nosotros mismos nos deja indiferentes. Las almas pequeñas odian. Pero el odio muere. Sólo el amor triunfa eternamente.
Las cosas que vemos son las mismas que hay en nosotros. Por eso no veo guardias furibundos sino en su mayoría funcionarios amables; y no veo peligrosos delincuentes sino personas que cometieron errores, a veces innombrables; no veo juntas que nos quieren negar beneficios, sino profesionales que tienen que hacer su trabajo y en su mayoría intentan hacerlo lo mejor posible con los medios disponibles, y aquello que les permite el barro humano, tan voluble, que la sociedad pone en sus manos. Incluso el fiscal que nos persigue no es sino un pobre chico que nos necesita como el pez al agua, para dar rienda suelta a sus fobias, a sus miedos y manías personales. Detrás de ese afán justiciero se esconde un ser humano con sus grandezas, mezquindades y miserias.
Pero incluso él, con todo su poder, no podrá impedir que yo salga vencedor de este enfrentamiento que nosotros no hemos buscado.
El camino de los más es fácil. Pero cuando finalmente se decide tomar una bitácora diferente, se hace ya imposible seguir el rumbo de la mayoría.
Ahora parecen pretender hacernos cumplir la condena a pulso, como exigió el pobre Aguilar de buen principio. Pero haciéndose lo que él impone está sucediendo lo que yo necesito.
¿Que me trasladan a un módulo de delincuentes comunes donde no pueda influenciar en el pensamiento de los reclusos? Encuentro así la paz y el espacio necesario para trabajar, leer y escribir, tan útil para salir vencedor.
Nos pasa aquello que necesitamos y casi me atrevería a afirmar que el infeliz perseguidor no es más que un pobre instrumento del destino para hacer de mí el vencedor.
Al “regresarme” de la UMS al MR-1, la agradable funcionaria que me acompañaba mientras recogía apresuradamente mis bártulos musitó ensimismada: “Hagan lo que hagan al final usted seguirá pensando como pensaba”. Así es. ¿Habrá servido para algo todo este teatro? ¿Los tres mil euros mensuales que el interno le cuesta al Estado? ¿O los once mil euros anuales que en Brians se gastan por preso?
Cuando alguien que de verdad necesita algo lo encuentra, no es la casualidad quien se lo procura, sino él mismo. Su propio deseo y su propia necesidad le conducen a ello. En la UMS gozaba de salidas con las que he podido conocer más a fondo a los foráneos, los enfermos, los pobres y los necesitados, con sus miserias y ese brillo en su corazón que en última instancia todo ser humano conserva para siempre. He disfrutado colaborando con voluntarios y religiosas, porque siendo lo que mi corazón anhelaba, he aprovechado cada conversación y cada mirada.
Pero eso tenía como contrapartida la falta de tiempo y la soledad y una celda abigarrada, ruidosa y simpática, llena de alimentos y bullicio con “mis delincuentes” de celda.
Ahora, por el contrario, se me ha otorgado un austero espacio de silencio, una mesa grande, un compañero discreto; un lugar, en fin, desde donde os escribo estas líneas a media luz. Siempre encontramos lo que necesitamos.
Sobre todo, os he encontrado a vosotros, los organizadores de las Jornadas de las Disidencias que nos permiten tomar la palabra incluso estando ausente, a un público atento interesado en nuestro caso. Y a un leal amigo que desde 1982 (hace, pues, la friolera de casi 30 años), ha unido su destino al nuestro (diseñando portadas, revistas, libros, carteles o logotipos, y ahora incluso como orador), y que ha transformado la imagen que ofrecemos al público.
Desde hace un año, gracias al blog “Libertad Pedro Varela”, en el que invierte a diario muchas de sus horas libres, no me he convertido en el preso solitario, abandonado, olvidado y derrotado con el que contaban quienes me han conducido a la cárcel. No en vano son varias las conversaciones tenidas con miembros de las juntas de tratamiento, en las que se me indicaba claramente que “cierto blog no le ayuda en absoluto”, confesión de parte que hay que traducir como gran fastidio para el poder. Porque, ¿a quién puede molestar poner las cartas boca arriba? A quien desea mantenerlas escondidas. ¿A quién puede incomodar que se hagan públicas sentencias judiciales de clara inspiración política? A quienes actúan como progres sectarios más que como profesionales.
El blog, en fin, nuestro blog, lucha en favor de la luz y contra los amigos de las tinieblas. Y como el rayo que amanece ofende a la niebla fría, así también será este blog y la encomiable dedicación de nuestro camarada Acacio lo que conseguirá que, hagan lo que hagan, nosotros saldremos vencedores de prisión, no ellos.
¿Pretenderán ahora otro nuevo truco para cerrar Librería Europa? Volveremos a levantarla.
¿Les gustaría cerrar este blog? Se abrirá uno nuevo.
¿Quisieran impedir la reunión de hoy? La lleváis a cabo de todas formas.
Pero todo esto no sería posible sin vosotros, el público presente que hoy nos escucha.
Vuestro puesto de lucha cultural está en esta sala. El mío sigue en prisión. Dos sectores del frente, un mismo combate.
¡Arriba Europa!
Pedro Varela.
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