Un tipo, cierto día, entra en un buffet libre y sin más preámbulos comienza a llenar su plato con todo tipo de carnes, pescados y demás alimentos que allí servían.
Antes de siquiera empezar el festín tras dejar aquel suculento manjar sobre su mesa, se acerca a la barra y comienza a llenar otro plato.
Otro cliente, al ver la extraña conducta del individuo, se le acerca y le pregunta el porqué de tanto afán por acumular sin siquiera haber tenido ocasión de medir su apetito, a lo que nuestro protagonista responde con naturalidad que lo hace porque es gratis, porque ya había pagado por todo lo que iba a coger y que además debía intentar amortizar el importe de la entrada; todo ello mientras esboza una sonrisa cursi a la que solo faltaba guiñar un ojo para rematar la jugada.
Así pues, me pregunto cuál será realmente nuestra vara de medir en nuestro día a día cuando de nuestras necesidades se trata; ¿Actuamos impulsivamente cegados por la avaricia o realmente aplicamos el raciocinio a la hora de acumular bienes?
Casi con completa seguridad, todos los españoles nos hemos planteado alguna vez esta pregunta aplicándonos a nosotros la fábula, pero pese a lo interesante que resultaría hablar sobre la eficiencia de los recursos y nuestro nivel de glotonería, quisiera extrapolar la moraleja de esta pequeña historieta a un plano superior.
Un plano como el de nuestros sistemas económicos y nuestras naciones, pero más en concreto, hablemos de nuestros políticos y sus ilimitados presupuestos, su ilimitada permanencia y su ilimitada desvergüenza.
Instaurada en España la “democracia”, ¿cuantas renovaciones de plantilla hemos presenciado en los partidos políticos del panorama?
Los presidentes han ido y venido, pero siguen en sus partidos ocupando puestos excelentemente retribuídos (en ocasiones por partida doble, triple o cuádruple), al igual que la inmensa mayoría de ministros, secretarios y portavoces.
Bien en el gobierno de España o en sus extensiones en Europa, contemplamos con gran pesar cómo mientras que a los jóvenes españoles se nos niegan las oportunidades de prosperar, los estamentos se niegan a renovarse.
Antes de siquiera empezar el festín tras dejar aquel suculento manjar sobre su mesa, se acerca a la barra y comienza a llenar otro plato.
Otro cliente, al ver la extraña conducta del individuo, se le acerca y le pregunta el porqué de tanto afán por acumular sin siquiera haber tenido ocasión de medir su apetito, a lo que nuestro protagonista responde con naturalidad que lo hace porque es gratis, porque ya había pagado por todo lo que iba a coger y que además debía intentar amortizar el importe de la entrada; todo ello mientras esboza una sonrisa cursi a la que solo faltaba guiñar un ojo para rematar la jugada.
Así pues, me pregunto cuál será realmente nuestra vara de medir en nuestro día a día cuando de nuestras necesidades se trata; ¿Actuamos impulsivamente cegados por la avaricia o realmente aplicamos el raciocinio a la hora de acumular bienes?
Casi con completa seguridad, todos los españoles nos hemos planteado alguna vez esta pregunta aplicándonos a nosotros la fábula, pero pese a lo interesante que resultaría hablar sobre la eficiencia de los recursos y nuestro nivel de glotonería, quisiera extrapolar la moraleja de esta pequeña historieta a un plano superior.
Un plano como el de nuestros sistemas económicos y nuestras naciones, pero más en concreto, hablemos de nuestros políticos y sus ilimitados presupuestos, su ilimitada permanencia y su ilimitada desvergüenza.
Instaurada en España la “democracia”, ¿cuantas renovaciones de plantilla hemos presenciado en los partidos políticos del panorama?
Los presidentes han ido y venido, pero siguen en sus partidos ocupando puestos excelentemente retribuídos (en ocasiones por partida doble, triple o cuádruple), al igual que la inmensa mayoría de ministros, secretarios y portavoces.
Bien en el gobierno de España o en sus extensiones en Europa, contemplamos con gran pesar cómo mientras que a los jóvenes españoles se nos niegan las oportunidades de prosperar, los estamentos se niegan a renovarse.
Tan descarado es ese apoltronamiento masivo que ni siquiera los sindicatos han renovado sus cúpulas, y es que desde que tengo uso de razón, más de dos décadas atrás, sigo viendo los mismos rostros en los periódicos y telediarios.
Toda una vida en el poder garantizada para los miles de parásitos que infectan con su mera presencia de la que ya estamos aborrecidos todos los organismos que debieran servir al Estado, osea, a todos los españoles.
Luego, para mayor blasfemia, nos vomitan sus sucias palabras alegando que somos un sistema de gobierno libre... que la alternativa hubiese sido el franquismo... que la democracia garantiza los derechos del pueblo... etc.
Pues parece ser que no; que hemos cambiado un régimen donde el poder lo detentaba una sola figura por otro donde el Estado tiene que mantener a más de mil tragones que llevan petrificados en el sistema desde 1978 en su mayoría.
Trepando como serpientes dentro de sus partidos, ganando influencias, popularidad y favores de sus compañeros de mesa para ascender a la Monclóa despreocupándose mientras de la que debiera ser su verdadera labor.
Gente cuya familia ya se dedicaba a lo mismo muchos años atrás independientemente del color de padres e hijos, pues muchos de los líderes del “PSOE” son hijos de falangistas, como María Teresa Fernández de la Vega, Alfredo Pérez Rubalcaba, Juan Luis Cebrián, José Bono, Mariano Fernández Bermejo, Jose María Barreda, y como no, el más demagogo y traidor de todos, Zapatero, por citar unos cuantos ejemplos.
Así que siendo estos elementos los fundadores del cortijo en el que han convertido España, ¿cómo no iban a perpetuarse? ¿Cómo no iban a garantizarse una vida panzista y protagonista siendo los que han asentado las bases del juego?
Toda una existencia dedicada en cuerpo y alma a sangrar el cuerpo de nuestra patria, como garrapatas, chupando sin medida de todas las obras públicas, fondos reservados, dietas millonarias, sueldos de seis cifras en parlamentos europeos (que ya hasta he perdido la cuenta de los que hay), y demás trucos legales para evacuar capital.
Y como aquel avaro del principio, ¿cual será la medida de la satisfacción para toda esta piara de cerdos? Para estas gargantúas que ebrias de poder y opulencia niegan el testigo a otros mucho más preparados, inteligentes y motivados que hacen cola no para vivir en la abundancia, sino para vivir bien sirviendo al pueblo con sabiduría, justicia y sentimiento, con conciencia de nación, de raza y de estirpe.
¿Y como lograrlo? Pues siguiendo el ejemplo; ¿Creéis que a nuestro amigo el zampabollos del restaurante le hubiera dado por llenar platos y platos si le hubieran penalizado por cada alimento no consumido o le cobraran un extra por cada producto de más?
Si estos políticos tuvieran que afrontar responsabilidades penales por cada euro malversado... seguro que los partidos políticos no tenían tantas ganas de ganar las elecciones.
De Tinta Patriota para Logroño Despierta
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