La noción de racismo ha sido tan manosea, deformada, instrumentalizada por el pensamiento único para tachar vilmente todos los hombres preocupados de la defensa de la identidad europea y de la diversidad cultural del mundo donde hemos perdido el significado real de esta sórdida palabra cuando es empleada con rigor.
Algunos militantes, a fuerza de entender lo que quiere decir este término, han acabado por aceptar, con pasividad, esta denominación.
Sin embargo, la idiotez del antirracismo patológico con destino totalitario, no retira nada a la fealdad inmunda de lo que es el racismo real. El racismo es odioso no porque es “inhumano” (es muy humano, demasiado humano…), que remite a las “horas más oscuras de nuestra historia” (se expresó mucho antes y mucho mas después de…) o porque es “bárbaro” (la modernidad produce tanto como o más que en cualquier otro época…) pero simplemente porque es la forma la “más pura” de la idiotez.
¿Que es el racismo verdadero(clasico)? Es el odio o el deprecio experimentado a priori, con una persona a causa de su origen o de su color de piel, independientemente de cualquier otro criterio. Es juzgar a los otros en función no de lo que él “hace” sino de lo que “es” biológicamente. Podemos imaginar una negación más absoluta que el pensamiento.
Esta patología mental que es el racismo puede, por otra parte, revestir formas distintas y a veces inesperadas. Así el antifascismo militante es innegablemente una forma de “racismo”, puesto que niega a toda humanidad a un grupo designado y sin preocupación de análisis, de confrontación, de medida o “de inventario”.
El “fascista” es un “cabrón” por naturaleza, sin lugar a su comportamiento concreto y real, alguna seria generosidad y la rectitud de su existencia diaria. Es culpable de todo lo que es.
El antirracismo contemporáneo es una forma de “racismo” puesto que tiende a conferir a priori “calidades” a minorías debido a este estatuto, exactamente como los racistas “clásicos” les asignan “defectos” por la misma razón. Xenofilia y xenofobia son las dos facetas de una misma incapacidad que debe asumir lo que somos y a administrar la alteridad.
El crimen fundamental de la izquierda es haber utilizado (a riesgo de trivializarlo peligrosamente…) el término de “racismo” para calificar los fenómenos los más distintos, más complejos y, a menudo, los más honorables y los más dignos. Particularidades regionales, preocupaciones tranquilizadoras, patriotismo, interrogaciones históricas, orgullo identitario, todo esto estuvo sobre la fétida bandera del “racismo” por los seductores de un mundo no diferenciado reducido a un gigantesco mercado.
Pero no, ni el etno-diferencialismo, ni la conciencia identitaria de las divergencias e incompatibilidades culturales (que no inducen de ninguna manera las jerarquías…), ni el amor de sus tradiciones (comienzo del conocimiento de los otros…) no están del lado del “racismo”, son los más seguros e incluso eficaces defensas contra su expresión.
Y el hecho de que algunas gárgolas rencorosas se sirvan efectivamente de estos conceptos generosos como mascara a sus frustraciones y otras sórdidas obsesiones, no cambia nada a esta verdad.
Un mundo multipolar, diferenciado y rico de sus fuertes identidades y respetadas es un mundo no racista.
Traducción : Clément
Fuente: Zentropa
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