ESPAÑA INCÓMODA.

"Demasiado libertinaje en la juventud seca el corazón, y demasiada continencia atasca el espíritu".

Charles Augustin Sainte-Beuve (1804-1869) Escritor y crítico literario francés.


jueves, 1 de diciembre de 2011

"El Arqueofuturismo" de Guillaume Faye



El hilo conductor de esta obra lo constituyen tres tesis que se enlazan lógicamente. La primera: esta civilización, hija de la modernidad y del igualitarismo, está viviendo su apogeo final, está amenazada a corto plazo por un cataclismo planetario, a causa de una convergencia de catástrofes. Antiguamente, muchas otras civilizaciones cayeron, pero siempre fueron desastres regionales que no afectaron a toda la humanidad. Hoy, por primera vez en la Historia, una civilización mundial, extensión planetaria de la civilización occidental, está amenazada por unas líneas convergentes de catástrofes que se deducen de la aplicación de sus propios proyectos ideológicos. Una serie de encadenamientos dramáticos convergen hacia un punto fatídico, que yo estimo para el inicio del siglo XXI, entre el 2010 y el 2020, para precipitar el mundo tal y como lo conocemos en el caos, con la amplitud de un seísmo civilizacional. Las “líneas de catástrofes” conciernen a los temas de la ecología, la demografía, la economía, la religión, la epidemiología y la geopolítica. La civilización actual no puede durar eternamente. Sus fundamentos son contrarios a la realidad. No se enfrenta a unas contradicciones ideológicas -que siempre son superables- sino, por primera vez, a un muro físico. La antigua creencia en los milagros del igualitarismo y de la filosofía del progreso, que afirmaba que era posible obtener siempre más, ha muerto. Esta ideología angelical ha creado un mundo cada día menos viable.
Segunda tesis: en dominios cada vez más diversos, las mentalidades y las ideologías ya no se encuentran adaptadas al mundo moderno, individualista e igualitario. Para afrontar el futuro, se deberá recurrir a una mentalidad arcaica, es decir, premoderna, inigualitaria y no-humanista, que restaurará los valores ancestrales de las “sociedades de orden”. Ahora, los descubrimientos de la tecnociencia, particularmente en temas de biología e informática, no pueden administrarse por medio de valores y de mentalidades humanistas modernas; ahora los acontecimientos geopolíticos y sociales están dominados por cuestiones religiosas, étnicas, alimenticias y epidémicas. Vuelta a las interrogaciones primordiales. Yo propongo, pues, una nueva noción, el Arqueofuturismo, que permite romper con la obsoleta filosofía del progreso y con los dogmas igualitarios, humanistas e individualistas de la modernidad, inadaptados para pensar el futuro, y permitirnos sobrevivir en el siglo del hierro y del fuego por venir.
Tercera tesis central: a partir de ahora tenemos que proyectar e imaginar el mundo para después del caos, el mundo de después de la catástrofe, un mundo arqueofuturista, con criterios radicalmente diferentes de los de la modernidad igualitaria. Aquí bosquejo un simple esbozo. Es inútil reformar las cosas con sabiduría y con discernimiento provisional; el hombre es incapaz de hacerlo. Cuando se está entre la espada y la pared, en situaciones de emergencia, el hombre puede reaccionar. Yo propongo aquí un tipo de práctica mental para el mundo de después del caos.
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La palabra “Revolución Conservadora”, utilizada a menudo para definir mi corriente de pensamiento, es insuficiente. Este vocablo, “conservadora”, tiene una connotación desmovilizante, antidinámica, un tanto rancia, pues no tenemos que “conservar” el presente ni volver a un pasado reciente que ha fracasado, sino reapropriarnos de las raíces más arcaicas, es decir, de las más conformes a la idea de victoria. Un ejemplo, entre otros, de esta lógica inclusiva: pensar juntos la tecnociencia y el arcaísmo. Reconciliar a Evola con Marinetti; al Doctor Fausto con El Trabajador. La disputa entre “tradicionalistas” y “modernistas” es ya estéril. No tenemos porqué ser ni lo uno ni lo otro, sino arqueofuturistas. Las tradiciones deben ser expurgadas, enjuagadas, seleccionadas. Pues muchas de ellas son pordadoras de unos virus que ahora están explotando. En cuanto a la modernidad, ni tiene ningún futuro. El mundo futuro, tal y como lo presintieron Nietzsche y el gran filósofo Raymond Ruyer, injustamente -o justamente- ignorado, será conforme a esta conjunción de contrarios.
En este libro propongo también una definición positiva sobre los conceptos imprecisos y siempre bastante neutros de la “posmodernidad”, con una nueva palabra para denominar a una ideología que debemos de edificar, el constructivismo vitalista. “Convergencia de catástrofes”, “arqueofuturismo”, “constructivismo vitalista”: siempre he intentado crear nuevos conceptos, pues sólo mediante la innovación ideológica se pueden evitar las doctrinas fijadas y obsoletas en un mundo que está cambiando rápidamente y donde los peligros se concretan; porque un pensamiento equipado con armas permanentemente renovadas puede ganar la “guerra de los conceptos”, imponer la realidad y movilizar los espíritus.
No propongo dogmas, sino pistas; mi intención no es imponer mis propias tesis (que provienen de la doxa socrática, de la “opinión” discutible), sino crear un debate entorno a unas cuestiones cruciales, para así destruir el ambiente actual de insignificancia, de obcecación y de pobreza ideológica, voluntariamente creado por el sistema para distraer la atención y así disimular su fracaso general. En una sociedad que declara subversiva toda verdadera idea, que busca desalentar la imaginación ideológica, que quiere abolir el pensamiento en beneficio del espectáculo, el objetivo principal debe ser el despertar de las conciencias, plantear los problemas traumatizantes, crear electrochoques ideológicos, ideochoques.

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